Leí esta novela
porque me la habían recomendado. Un amigo escritor, al que tengo mucho respeto
porque es un tipo que transmite optimismo y buen rollo a raudales y porque
escribe y publica libros periódicamente, me la puso entre las manos y me dijo
con una mirada cómplice:
Y yo, que soy muy
obediente y no echo en saco roto los buenos consejos, me la leí.
El principio es
sugerente y prometedor: «No me queda más que un día de vida, después de haber
escatimado quince millares a la muerte, sólo me resta uno más. Dos, a lo sumo.
Tengo la absoluta certeza de que ni un día más tarde de hoy moriré. Como mucho
mañana. Contravendría todas las leyes de la naturaleza que mi cuerpo transido
de enfermedades, horadado por todas las afecciones, se sostuviera con vida un
día más. Pero no me puedo ir sin antes haber acabado con Eduardo Blaisten. Me
pagaron por adelantado, y yo soy un hombre de moral kantiana».
La historia es
simple: un asesino a sueldo, hipocondriaco, tiene que matar a un tipo antes de
que cualquiera de sus múltiples enfermedades acabe con él. No hay mucho más,
todo el argumento gira en torno a esa idea fija, por lo que el principal
interés de la novela está en su personaje principal, el enigmático señor M.Y.,
el asesino a sueldo, que cree de sí mismo ser una especie de milagro médico por
seguir viviendo y que cree sufrir la peor de las suertes del mundo.
La novela
supuestamente debería estar encuadrada en el género de novela negra, pero el
sentido del humor que predomina en cada una de las páginas la convierte en una
novela original e inclasificable. Es fácil de leer, divertida, y combina las
aventuras y desventuras del señor M.Y. con algunas historias curiosas sobre
algunos personajes ilustres que aparentemente fueron igual de hipocondriacos que el
protagonista: el filósofo Kant, Poe, Lord Byron, Voltaire, Jonathan Swift,
Descartes, etc. Éstos, como el protagonista de El asesino hipocondriaco, alertan constantemente a su entorno de su
delicada salud y de la proximidad de su muerte. Muchos de ellos tuvieron una
larga vida aunque, inevitablemente y tal como predijeron, acabaron muriendo.
La novela no ha
terminado de engancharme, seguramente—lo confieso— porque me ha pillado en un
mal momento. Mi equilibrio interior anda bajo mínimos y no dispongo de la
serenidad suficiente (condición imprescindible) para disfrutar de la
literatura. De todas formas es un libro interesante y resuelto con mucho oficio. Con cierta falta de ritmo y lejos de poder ser considerada una obra
maestra (si es que aún se escriben obras maestras), es una novela eficaz que
pone en el mapa a un escritor malagueño, Juan Jacinto Muñoz Rengel, que promete
ofrecernos un buen puñado de buenas novelas. Que así sea.