Antes de ver esta
película, telefilme, teleserie, miniserie —o como se quiera llamar— no tenía ni
idea de quién era Matha Gellhorn. Sabía que el maestro Hemingway había estado
casado en cuatro ocasiones, pero más allá de Hadley, su primera mujer que
aparece retratada en la novela París era una fiesta, debo reconocer que desconocía la identidad de sus otras tres esposas.
En Hemingway y Gellhorn, ella brilla con
luz propia. No se limita a ser una gran mujer a la sombra de un gran escritor y
supuestamente un gran hombre, sino que en demasiadas ocasiones le da una patada
en el culo al valiente y aventurero escritor norteamericano. Como si una mujer
no pudiera. Como si una mujer no pudiera superar a nada menos que un Premio
Nobel.
Lo principal que
exijo de un biopic es que sea real,
lo más real posible. Nunca sé si se cumple esta premisa, porque no tengo ni
tiempo ni ganas de tirar de hemeroteca para conocer todos los detalles de la
vida de los personajes que me fascinan. Para eso están los biopic, para que me lo cuenten de forma rápida, aunque no por ello deberían
alejarse un solo centímetro de la verdad.
Si asumimos que la
película Hemingway y Gellhorn es
verídica, entonces resulta fascinante descubrir la vida tan interesante en la
que se embarcaron sus protagonistas. Desde España hasta China, ambos
pretendieron estar en los principales conflictos de la época en la que les tocó
vivir. Ambos fueron apasionados, valientes y obstinados, y ambos trataron de
trasladar sus vivencias a la máquina de escribir de la forma más honesta posible.
Sin embargo, mientras que él es un escritor inmortal, reconocido mundialmente
por sus novelas y relatos, ella ha pasado a la historia en un papel mucho más
secundario. Quizá porque su talento con la máquina de escribir no fuera tan
grande, o quizá porque muchas mujeres se han visto relegadas a un segundo plano
por su mera condición de mujeres.
Ahora no es momento
de resolver esa incógnita, sino de hablar de la película. Y para ello habría
que comenzar diciendo que aquellos que busquen una gran película, no la vean.
No es de lo mejor que se puede ver en pantalla. Tampoco hay ningún aspecto,
cinematográficamente hablando, que merezca destacarse especialmente. Las
interpretaciones no están mal, pero por ahí he leído que falta química entre
los protagonistas. Es probable. A Ernest Hemingway lo interpreta Clive Owen,
mientras que de Martah Gellhorn se encarga la australiana Nicole Kidman, que me
parece demasiado guapa y sofisticada para las fotos que he visto de la
auténtica Gellhorn. Pero bueno, quizá esto sea lo menos relevante.
Lo mejor de la
película es la historia que cuenta, tanto la que transcurre en diferentes
escenarios y guerras del mundo (España, China, Noruega, Cuba, EE.UU) como la
propia historia y guerra que surge entre los dos protagonistas, y a la que no
supieron hacer frente (no olvidemos que, después de Gellhorn, Hemingway tuvo
una cuarta esposa). Las escenas en las que Hemingway aporrea la máquina de
escribir con pasión y disciplina son realmente inspiradoras. Gellhorn se siente
impresionada por el escritor norteamericano porque es capaz de levantarse a
escribir a las seis de la mañana después de una noche de juerga y alcohol sin
que sus capacidades literarias mengüen lo más mínimo. También descubrimos a un
Hemingway valiente e interesado por conseguir un mundo mejor. Pero igualmente
se retrata el lado oscuro del escritor: machista, mujeriego, amante de la
fiesta y en ocasiones de trato rudo e insoportable. Es en ese terreno donde
Gellhorn le saca toda la ventaja. Igual de valiente y comprometida con las
injusticias sociales que él (o más que él) es capaz, sin embargo, de entregarse
fiel y comprometidamente en su relación de pareja, sin condiciones, cosa que a
Hemingway se le hace mucho más difícil.
Sin embargo, es él
quien ha pasado a la historia. Seguro que no seré el único que no sabía quién
era Martha Gellhorn antes de ver esta película.
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