miércoles, 29 de abril de 2015

La senda del perdedor

Bukovski como escritor de libros de autoayuda.

De tener más tiempo y espacio, me gustaría disponer de una biblioteca con todos mis libros perfectamente ordenados. Cada libro en su lugar y un lugar para cada libro. 

Y dando vueltas a esta ensoñación, todavía lejana, me he puesto a pensar que si tuviera que clasificar las novelas de Charles Bukovski, creo que las metería en el estante de Autoayuda. Ya sé que suena extraño, porque leer la prosa de Bukovski, en ese estilo denominado realismo sucio, ni me hace mejor persona ni me insufla ningún tipo de optimismo ni ganas de nada. Pero a mí, de alguna forma, Bukovski me ayuda…

Lo explico. Sus novelas son perfectas para cuando no entra la letra ni con sangre, para cuando la cabeza no da para leer otras cosas más complejas, para momentos de máxima distracción (aeropuertos, estaciones y esperas diversas en sitios donde mi concentración se dispersa). Y, sobre todo, me ayuda a retomar la buena costumbre de engancharme con la literatura, de disfrutar de ella, de hacerla necesidad. Solo por eso merece estar en el estante de los libros de autoayuda, ¿no les parece?

Lo último que he leído de Bukovski es La senda del perdedor, una novela de título interesante, aunque nada tenga que ver con el nombre original Ham on Rye, y que algunos atribuyen a cierto guiño a El Guardián entre el centeno (Catcher in the Rye). Una vez más nos encontramos con la vida de Henry Chinaski, el álter ego de Bukovski, y en esta ocasión se centra en la infancia y adolescencia de este singular personaje. Aparte de su forma de narrar, tan descarnada, sincera y real (aunque no por ello poco creativa), me ha gustado especialmente porque es quizá la primera novela que leo de Bukovski donde el contexto, la Gran Depresión, tiene casi tanta importancia como las reflexiones de su protagonista. Quizá sin ánimo de serlo se convierte en una crítica mordaz al gran sueño americano y a determinados valores que normalmente se asocian al país de las barras y estrellas. El joven Chinaski no aspira a competir por nada, a ganarse la vida haciendo nada digno, a defender ningún tipo de ideal ni valores. Ni siquiera representa a la contracultura, solo a la dejadez, la vagancia, el hastío de la vida. En el caso de Chinaski, la marginalidad, en parte impuesta y en parte pretendida, le lleva a interesarse (pero sin demasiado afán) por la literatura y la escritura, pero también a una espiral de autodestrucción en la cual se siente fuerte, duro, seguro. Los libros de autoayuda normalmente nos invitan a abandonar nuestra llamada zona de confort. Henry Chinaski se niega, pero no porque su zona de confort sea un lugar agradable, sino porque piensa que la única posibilidad de elección en la vida está entre lo malo y lo peor.

Cuando uno se siente abrumado e incapaz de enfrentarse al negro sobre blanco, siempre aparece Bukovski para insuflar ganas de seguir leyendo. Seguro que Henry Chinaski jamás pensó que los textos que escandalizaron a su padre hasta el punto de echarlo de casa, acabarían junto a una colección de libros de Paulo Coelho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario