Cuando la exquisitez está en casa.
Llevaba un tiempo queriendo leer algún buen libro de un escritor español. Quizá el orgullo patrio fuera el causante de que me propusiera aparcar momentáneamente a los Steinbeck, Hemingway, Faulkner, Capote y demás para bucear en la literatura española en busca de un escritor que satisficiera mis apetencias.
Pensé en ir a lo seguro. Un escritor del siglo XX o XXI que tuviera un
reconocido prestigio internacional. Y qué mejor para ello que leer la lista de
los ganadores de los Premios Nobel. Yendo de más reciente a más antiguo, el
primer escritor español que aparece es Camilo José Cela, al que le concedieron
el galardón en 1989.
Guardo un recuerdo difuso del escritor gallego, aunque no hace tanto tiempo
desde que pasara a mejor vida (fue allá por el 2002). Escritor imponente, de
gran cabeza (en todos los sentidos), aparente mal genio (o malafollá como
decimos en Granada) y protagonista de algún culebrón más propio de programas del
corazón por su relación con Marina Castaño. Desde mi infancia le atribuyo una
prosa cargada de palabras malsonantes (algún chiste por ahí comparaba la
exquisitez y moralidad de Shakespeare con el lenguaje barriobajero de Cela).
Tampoco se me olvida aquella anécdota que atribuyo a él, no sé si acertadamente
o no, en la cual sentaba cátedra cuando era reprendido por echar una cabezada
en alguna conferencia al explicar la diferencia entre «estar dormido» o «estar
durmiendo» (puesto que , como argüía él, «no es lo mismo estar jodido que estar
jodiendo»).
Pero no sigamos por ahí; vayamos a lo importante. Total, que había decidido
leer a Cela. Eché una ojeada a Mazurca
para dos muertos, y prometía. También leí algunos capítulos de La Colmena, y prometía todavía más,
aunque preferí aparcar esa novela para tiempos en los que mi cabeza estuviera
más centrada. Finalmente, me decidí por su primera novela: La familia de
Pascual Duarte.
Un acierto. Tengo que confesar que me sorprendió no encontrar una sola
palabra malsonante. También que me parece que su prosa roza la exquisitez, con
toques poéticos que hacen de su lectura una verdadera delicia. La historia es
dura y en ocasiones cruenta, pero uno se va dejando llevar por la trama con una
soltura que le sitúa a la altura de los más grandes. A ello contribuye que la
novela esté escrita en primera persona, a modo de confesión, en la que Pascual
Duarte va dejando por escrito constancia de su desdichada existencia.
Lo reconozco: me ha encantado. Y el hecho de que sea un escritor español el
que me haya conmovido y persuadido con una novela a la que no le puedo poner un
solo pero, le da más gracia a la cosa. Como cuando el pequeñín y blancuzco
Iniesta perforó la portería de un grandullón como Stekelenburg. Si el que
empuja el balón o escribe como los ángeles es un español, la alegría es doble.
Gracias Don Camilo. Por unos días, me ha hecho usted feliz. Descanse en
paz.
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