martes, 3 de septiembre de 2013

La familia de Pascual Duarte

Cuando la exquisitez está en casa.


Llevaba un tiempo queriendo leer algún buen libro de un escritor español. Quizá el orgullo patrio fuera el causante de que me propusiera aparcar momentáneamente a los Steinbeck, Hemingway, Faulkner, Capote y demás para bucear en la literatura española en busca de un escritor que satisficiera mis apetencias.

Pensé en ir a lo seguro. Un escritor del siglo XX o XXI que tuviera un reconocido prestigio internacional. Y qué mejor para ello que leer la lista de los ganadores de los Premios Nobel. Yendo de más reciente a más antiguo, el primer escritor español que aparece es Camilo José Cela, al que le concedieron el galardón en 1989.

Guardo un recuerdo difuso del escritor gallego, aunque no hace tanto tiempo desde que pasara a mejor vida (fue allá por el 2002). Escritor imponente, de gran cabeza (en todos los sentidos), aparente mal genio (o malafollá como decimos en Granada) y protagonista de algún culebrón más propio de programas del corazón por su relación con Marina Castaño. Desde mi infancia le atribuyo una prosa cargada de palabras malsonantes (algún chiste por ahí comparaba la exquisitez y moralidad de Shakespeare con el lenguaje barriobajero de Cela). Tampoco se me olvida aquella anécdota que atribuyo a él, no sé si acertadamente o no, en la cual sentaba cátedra cuando era reprendido por echar una cabezada en alguna conferencia al explicar la diferencia entre «estar dormido» o «estar durmiendo» (puesto que , como argüía él, «no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo»).

Pero no sigamos por ahí; vayamos a lo importante. Total, que había decidido leer a Cela. Eché una ojeada a Mazurca para dos muertos, y prometía. También leí algunos capítulos de La Colmena, y prometía todavía más, aunque preferí aparcar esa novela para tiempos en los que mi cabeza estuviera más centrada. Finalmente, me decidí por su primera novela: La familia de Pascual Duarte.

Un acierto. Tengo que confesar que me sorprendió no encontrar una sola palabra malsonante. También que me parece que su prosa roza la exquisitez, con toques poéticos que hacen de su lectura una verdadera delicia. La historia es dura y en ocasiones cruenta, pero uno se va dejando llevar por la trama con una soltura que le sitúa a la altura de los más grandes. A ello contribuye que la novela esté escrita en primera persona, a modo de confesión, en la que Pascual Duarte va dejando por escrito constancia de su desdichada existencia.

Lo reconozco: me ha encantado. Y el hecho de que sea un escritor español el que me haya conmovido y persuadido con una novela a la que no le puedo poner un solo pero, le da más gracia a la cosa. Como cuando el pequeñín y blancuzco Iniesta perforó la portería de un grandullón como Stekelenburg. Si el que empuja el balón o escribe como los ángeles es un español, la alegría es doble.

Gracias Don Camilo. Por unos días, me ha hecho usted feliz. Descanse en paz. 

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