Dostoyevski era un genio. Acabo de terminar la segunda novela que escribió, El Doble, y una vez más no puedo sino expresar mi admiración (y desconcierto) por el talento del escritor ruso. A pesar de que piense que no estamos ante uno de sus mejores trabajos (la crítica del momento tampoco fue muy halagüeña con esta obra), no hay duda de que la novela contiene las suficientes virtudes para dejar entrever que el genio ruso acabaría alcanzando la cúspide literaria algunos años más tarde. Así lo hizo, especialmente con la publicación de las que probablemente son sus dos mejores obras: Crimen y castigo y Los hermanos Karamázov.
En El Doble ya encontramos esa profundidad
y meticulosidad para desarrollar el análisis psicológico de los personajes que veinte
años más tarde Dostoyevski lograría llevar a su máxima expresión adentrándonos
en la mente del inolvidable y torturado Raskólnikov de Crimen y castigo.
El libro
aborda la temática, siempre interesante, de la escisión de la personalidad. En
este caso se trata del funcionario Yakov Petrovich Goliadkin quien, tras ser
rechazado socialmente en una fiesta, inventa un doble que paulatinamente va
destrozando su vida. El final de esta novela nos reserva una sorpresa, que no
desvelaré, aunque puede intuirse a lo largo de todo el libro.
Además de una novela psicológica, El Doble recrea perfectamente la
maquinaria funcionarial rusa y da pinceladas de los problemas sociales que
reinan en San Petersburgo. Esta ciudad, que recientemente ha sido designada por
Durex como la ciudad donde más se practica el amor —según
una encuesta de la empresa de preservativos (ver más)—, aparece como un lugar
deshumanizado, de clima insufrible y en el que alcanzar la dignidad se
convierte en una utopía para las clases sociales más bajas. Pero cuando la
realidad es insoportable, siempre aparece la ficción, bien en la mente (como en
el caso de Goliadkin) o en el de la literatura (como en el caso de
Dostoyevski). La locura y la genialidad, una vez más, caminan juntas de la
mano.
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