lunes, 30 de septiembre de 2013

Blue Valentine

El amor tras los títulos de crédito.



Todos nos hemos preguntado en alguna ocasión qué ocurre con las historias de amor de Hollywood más allá del inevitable, previsible y lacrimógeno final feliz. ¿Cómo continúa la historia cuando se apagan los títulos de crédito?

Con este objetivo se embarca Derek Cianfrance en su película Blue Valentine. El realizador estadounidense pretende contarnos una historia de amor una vez que la ilusión, el romanticismo y el enamoramiento se han transformado en frialdad, rutina y hastío. La originalidad la encontramos en que a las escenas de la desgastada pareja se le intercalan —a modo de flashback— escenas del comienzo de su relación, cuando el amor lo podía todo, cuando su amor superaba cualquier dificultad. Lo que ocurre entre medias no lo cuenta, quizá porque todos nos lo imaginamos. Pasa lo que suele pasar en casi todas las historias de amor una vez que finalizan los títulos de crédito.

Encontrar al amor de tu vida es un milagro; conservarlo es el trabajo de toda una vida. Ese esfuerzo diario es el que supuestamente van dejando de hacer Dean y Cindy. Hasta que en un momento dado, Dean, en un último intento por recuperar el romanticismo en su relación, le propone a Cindy pasar una noche en un hotel. En la habitación del futuro, curioso nombre para alojar a una pareja ya sin futuro, empiezan a recordar los tiempos en que se conocieron, en que vencieron todas las dificultades para estar juntos.

Blue Valentine se asienta en un sólido guión, dramático y sin fisuras. Los flashbacks continuos sirven para establecer una comparativa en la forma de afrontar las dificultades de los mismos protagonistas en dos momentos vitales completamente distintos. Quizá las personas no cambien, pero las relaciones sí, especialmente si no se cuidan.

Probablemente la película no sería tan dolorosamente real sin su pareja protagonista. Ryan Gosling demuestra no sólo tener su gran talento interpretativo, sino una extraordinaria intuición para elegir sus proyectos. Al actor canadiense lo encontramos en algunas de las mejores películas que se han hecho en los últimos tiempos. Con Michelle Williams pasa tres cuartos de lo mismo. En cada película se supera, por lo que ambos están entre los mejores y más cotizados actores del momento. Por mérito propio.

La única pega de la película es que una dosis tan fuerte de realidad te deja noqueado. Uno mira al mundo con una pizca más de tristeza después de haber visto Blue Valentine. Quizá Hollywood tenga razón y toda historia debiera terminar tras los títulos de crédito.

martes, 3 de septiembre de 2013

La familia de Pascual Duarte

Cuando la exquisitez está en casa.


Llevaba un tiempo queriendo leer algún buen libro de un escritor español. Quizá el orgullo patrio fuera el causante de que me propusiera aparcar momentáneamente a los Steinbeck, Hemingway, Faulkner, Capote y demás para bucear en la literatura española en busca de un escritor que satisficiera mis apetencias.

Pensé en ir a lo seguro. Un escritor del siglo XX o XXI que tuviera un reconocido prestigio internacional. Y qué mejor para ello que leer la lista de los ganadores de los Premios Nobel. Yendo de más reciente a más antiguo, el primer escritor español que aparece es Camilo José Cela, al que le concedieron el galardón en 1989.

Guardo un recuerdo difuso del escritor gallego, aunque no hace tanto tiempo desde que pasara a mejor vida (fue allá por el 2002). Escritor imponente, de gran cabeza (en todos los sentidos), aparente mal genio (o malafollá como decimos en Granada) y protagonista de algún culebrón más propio de programas del corazón por su relación con Marina Castaño. Desde mi infancia le atribuyo una prosa cargada de palabras malsonantes (algún chiste por ahí comparaba la exquisitez y moralidad de Shakespeare con el lenguaje barriobajero de Cela). Tampoco se me olvida aquella anécdota que atribuyo a él, no sé si acertadamente o no, en la cual sentaba cátedra cuando era reprendido por echar una cabezada en alguna conferencia al explicar la diferencia entre «estar dormido» o «estar durmiendo» (puesto que , como argüía él, «no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo»).

Pero no sigamos por ahí; vayamos a lo importante. Total, que había decidido leer a Cela. Eché una ojeada a Mazurca para dos muertos, y prometía. También leí algunos capítulos de La Colmena, y prometía todavía más, aunque preferí aparcar esa novela para tiempos en los que mi cabeza estuviera más centrada. Finalmente, me decidí por su primera novela: La familia de Pascual Duarte.

Un acierto. Tengo que confesar que me sorprendió no encontrar una sola palabra malsonante. También que me parece que su prosa roza la exquisitez, con toques poéticos que hacen de su lectura una verdadera delicia. La historia es dura y en ocasiones cruenta, pero uno se va dejando llevar por la trama con una soltura que le sitúa a la altura de los más grandes. A ello contribuye que la novela esté escrita en primera persona, a modo de confesión, en la que Pascual Duarte va dejando por escrito constancia de su desdichada existencia.

Lo reconozco: me ha encantado. Y el hecho de que sea un escritor español el que me haya conmovido y persuadido con una novela a la que no le puedo poner un solo pero, le da más gracia a la cosa. Como cuando el pequeñín y blancuzco Iniesta perforó la portería de un grandullón como Stekelenburg. Si el que empuja el balón o escribe como los ángeles es un español, la alegría es doble.

Gracias Don Camilo. Por unos días, me ha hecho usted feliz. Descanse en paz.